Mis padres conocieron al Señor
cuando yo estaba comenzando la adolescencia. Aunque no tardé en entregarme a
Cristo y bautizarme, por vivir en ciudad distante de los pastores que nos
guiaban, no conocí el valor de congregarme en una iglesia local hasta años
después, cuando en mi juventud me radiqué en Buenos Aires para estudiar. Mi primera
experiencia comunitaria fue bastante particular, porque respondiendo al llamado
de Dios a servirle, ingresé a un seminario católico con la idea de hacerme
sacerdote. Allí recibí un intensivo trato de convivencia.
Cuando abandoné ese camino, fui
alojado por una familia pastoral, la cual siguió tratando con las aristas más
ásperas de mi carácter. Me tuvieron una paciencia infinita, y luego un
discipulado muy sabio de un hermano que tenía la singular capacidad de
descubrir mis intensiones y ayudarme a corregirlas. No me hizo nada fácil mi
aprendizaje de ser un discípulo.
Luego Dios se las arregló para
poner en mis primeros años de formación a hombres santos y sabios que fueron
sacando lo peor y lo mejor de mí. Fueron muchos años de duro trato con mi vida,
pero ¡Qué agradecido estoy a Dios por cada uno de ellos! La Iglesia es la
escuela de vida por excelencia, porque en ella somos moldeados a la imagen de
Cristo.
Los miembros de la familia de Dios fuimos llamados a estar
relacionados en amor y humildad. Cuando
recibimos a Cristo en nuestro corazón, Dios nos introduce en su Reino y nos
cambia el corazón para que aprendamos a convivir en un espíritu de comunidad,
como ocurre en una familia. Él nos enseña a compartir, a amarnos y a aceptar a
nuestros hermanos, aunque no siempre nos resulte tan placentero.
La Iglesia no es un depósito de almas, tampoco es un lugar
para entretener a la gente hasta que Cristo venga. Es un lugar en el que, al
edificarnos unos a los otros, somos transformados a la imagen de Cristo. Ninguno
que quiera parecerse a Cristo puede prescindir de la iglesia porque la iglesia
fue fundada por Cristo para que podamos poner en práctica el amor y la
generosidad y ejerzamos todos los frutos del Espíritu.
En la Iglesia se acaba el egoísmo, y el pensamiento
individualista. Se termina con la indiferencia y el desinterés por los demás, y
sobre todo, se acaba con el “no te metas con mi vida y mi familia” porque en
Cristo hay luz, y la mentira y una vida de apariencias deben dar paso a la
autenticidad y la transparencia.
Así como los primeros cristianos estaban juntos y compartían
todas las cosas, Cristo nos lleva a comprometernos en una relación de amor y de
unidad. En la Iglesia aprendemos a amar y a compartir ¿Por qué debemos estar unidos?
Porque Cristo murió para que seamos uno, y su mayor deseo es que aprendamos
a tener una profundidad de unidad tal como la que El tiene con el Padre. Esta
unidad se refleja en los hechos, es decir, brindándonos confianza,
compartiendo, relacionándonos sin temor a ser juzgados. En la iglesia vivimos
en luz y en compañerismo. Eso no significa que mis problemas estén en boca de
todos, pero tampoco que sea un absoluto extraño porque no permito que nadie
conozca mi vida.
Las relaciones de unos con los otros es el medio que Dios usa
para santificarnos. Sólo se puede amar, servir, ser enseñados y ser
corregidos, ser servido y servir, en la
medida que tengamos una estrecha relación con los demás. Solos es imposible que
nuestro carácter sea transformado, porque los frutos del espíritu se ponen en
práctica compartiendo unos con otros.
Algunos quieren ser ayudados por Dios pero no están dispuestos
a comprometerse con la Iglesia. No tienen ningún interés en compartir su vida con
otros, y ponen todo tipo de excusas para no comprometerse con la comunión.
Todos sus milagros y todas las bendiciones se dan en ese
marco, porque así lo estableció Cristo. Al relacionarnos en amor recibimos
contención y consejo, se nos da enseñanza y corrección.
La iglesia está compuesta por hombres que tienen errores y que
se esfuerzan por cambiar como nosotros, entones aprendemos a ser pacientes, a
perdonar, a soportar, a ceder, a confiar, así como otros lo hacen nosotros.
Comprometidos en estas relaciones es que aprendemos a morir y a tener
misericordia como Cristo lo hizo con nosotros. ¡La Iglesia es la escuela del
amor y de vida!
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