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Amo la iglesia


Amo a la iglesia. Es el centro de mi vida y lo ha sido desde que recibí a Cristo en mi corazón siendo niño. En la casa de mis padres se abrió una, y fue una primera experiencia fascinante: Cantar juntos, escuchar las enseñanzas, compartir la comida y nuestro día a día como familia. Ingresé al seminario católico porque mis tiempos en la iglesia eran los mejores, y no podía concebir mi vida sin ella.


La iglesia llenó mi juventud y mi vida adulta.  Es donde aprendí cómo orar, cómo cantar, cómo adorar, cómo amar y cómo servir. Viví las horas más felices. Amo a la iglesia demasiado para hacer cualquier otra cosa. Y, francamente, no puedo entender a la gente que no tiene un amor similar para ella, que no están ansiosos cada día por que llegue el momento de reencontrarse con sus amigos para volver a tener una experiencia increíble adorando juntos a Dios.

¿Por qué hay tantos cristianos ansiosos que parecen sufrir la iglesia? Hubo un tiempo cuando venir a Cristo significaba venir a Su iglesia. Ser cristiano significaba entrar en comunión con el pueblo de Dios. Eso ha cambiado. El énfasis contemporáneo en el mundo evangélico es la relación personal del creyente con Cristo. Hoy, la fe individual es el tema dominante, y rara vez hay alguna discusión sobre cómo los creyentes se supone que deben encajar en la iglesia. Y en el gran esfuerzo para llevar el mensaje de la salvación personal, la idea de iglesia se ha olvidado y se pasa por alto en detrimento de muchas almas.
Hoy muchos son solo consumidores eclesiásticos. Sólo interesados en lo que pueden obtener de su iglesia, buscando quien puede ofrecerle una experiencia más atractiva. No tienen ningún compromiso concreto con otros cristiano y tienen poco o ningún apego a una casa. Para personas así, su fe está completa y exclusivamente anclada en su relación personal con Cristo. “Creo en Jesús, pero no en la iglesia”, escucho con demasiada frecuencia. “Sigo a Cristo, pero no quiero compromiso con nadie”, dicen otros.

¿Cómo podemos confesarnos cristianos cuando nos resistimos a amar, compartir y caminar juntos como iglesia? ¿Cómo vivir una fe individualista cuando el propio Jesús dio su vida por los demás?
Un pastor amigo preguntó una vez: ¿A qué vienen a la iglesia? ¿A Disfrutar la música? Hay otras bandas mejores en Youtube. ¿A escuchar un buen mensaje? Hay predicadores mejores en Youtuve ¿A disfrutar un buen show? Hay mejores shows en Youtube. Si esa es la motivación, no hace falta asistir a una iglesia.

El verdadero motivo por el que nos congregamos en una iglesia es para poder experimentar la vida cristiana real donde, a través de las relaciones, podemos amar y ser amados, servir y ser servidos, dar y recibir, perdonar y ser perdonados. Sólo a través de relaciones comprometidas podemos vivenciar los valores que Jesús vino a enseñarnos. Se trata de hacer comunidad, se sentirnos familia. De aprender a compartir el valor de la hermandad, porque somos miembros unos de los otros.

En todas las cartas del Nuevo Testamento la suposición es siempre la misma: que el pueblo de Dios se congrega para compartir juntos su fe y edificarse mutuamente. Ese encuentro no es sólo la iglesia universal e invisible en todo el mundo, sino la congregación local, visible, que es el corazón del cristianismo. La Iglesia es la única institución que el Señor estableció y prometió bendecir. Él está edificando su casa, y los que somos parte de ella, somos abrazados por su bendición.

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